15 de noviembre de 2011

LA LEY DEL OESTE

Cada vez te encuentras esta escena con más frecuencia:
Entran dos en una cafetería (como en los chistes), se acercan a la barra a pedir y, sin mediar palabra, desenfundan. O van dos por la calle y... duelo al sol. O te tropiezas con alguien en la cola del super y... zas! Interpones tu arma, disuadiéndole por completo de darte, siquiera, los buenos días.
¡Descuelga, forastero!

El celular se ha convertido en un arma de doble filo que, además de mantenerte comunicado y localizado en todo momento, te permite crearte una defensa con respecto a la sociedad. Es curioso, justo lo contrario para lo que el amigo Bell ingenió el artilugio de comunicación sonora a distancia. Y es que, hoy en día, el terminal móvil, que día y noche nos irradia, viene cargado de herramientas diseñadas, en gran medida, para desconectarnos del resto del mundo: Juegos, internet, mensajería instantánea... todo para ser usado en solitario, hasta tal punto que, estando en lugares públicos y rodeados de conocidos, nos quedamos completamente solos ante el terminal, interrumpiendo conversaciones, enfriando relaciones... con el pobre pretexto de mantener el contacto con alguien a quien tenemos mucho más lejos.

Un par de cuestiones a tener en cuenta:

- Escala de valores: ¿Acaso merece más atención el amigo que se encuentra en Riogordo (p.e.) que el que está sentado delante nuestro tomando café solo?

- Normas de educación (o ciudadanía, como dicen ahora): Prestar atención a la persona con la que nos encontramos, salvo causas de fuerza mayor.
 
Personalmente no me apetece soportar a alguien que, habiendo quedado conmigo (para lo que sea), preste más atención al móvil de penúltima generación que a un servidor, interrumpiendo incesantemente la conversación para teclear el enésimo mensaje. En esos casos, educadamente, le invito a continuar con sus quehaceres prescindiendo de mi presencia, que tal vez me apetezca comunicarme con alguna otra persona menos pluricomunicada. Llámame egoísta, pero cuando hablo con alguien me gusta captar y prestar atención absoluta. Y como soy taaan disperso, en ocasiones prescindo hasta de la TV, o bajo el volumen de la música, para sumergirme de pleno en la disertación de mi interlocutor. Tal vez por éso espero que él (o ella, no sea que me miren mal) prescinda por un rato de su polivalente aparato.
 
Hace un par de días, en una cafetería de afamada firma y discutible prestigio, dos mujeres jóvenes, ataviadas a la moda (qué poco me gustan estas modas pijas) lograban conquistar una mesa y acomodar sus embutidos culos tope fashion en los modestos asientos. Tan pronto se acomodaron se hizo el silencio y, con ello, el nerviosismo y la impaciencia, patentando la incapacidad de mantenerse en silencio antes que pronunciar una necedad. Una de ellas se apresuró a decir: - ¿Sabes? He cambiado de móvil. - Y, acto seguido, buscó asiento junto a su amiga y empezaron a mirar modelitos varios en su terminal de internet, recién arrancado de un i-manzano, mientras profería alabanzas acerca de la fabulosa tarifa de datos y la gratuidad del aparato en cuestión (presa de un chantaje de tropocientos meses, consumos mínimos incluídos).

Las manzanas son vulgares. Si no, pregúntale a París.

Nadie es mejor que nadie. Ésta es una máxima que trato de mantener presente en mi cráneo de raspa de boquerón, día tras día. Pero, en determinadas situaciones, llego a lamentar la mísera existencia de ciertas criaturas, imbuídas en la tecnocracia consumista que les priva de la toma de decisiones y les exime de responsabilidades, por la tremenda falta de originalidad en el curso de sus vidas. Se limitan a hacer lo que otros les dictan, compitiendo entre ellas (criaturas) por ver quién sigue más fielmente la moda. Y, me da la impresión, cada día que pasa son más. Una lástima.
Otros, la mayoría de los currantes, ambicionan tener a su alcance un poco de tecnología que les haga sentirse vagamente integrados en esta frenética cultura del trending topic, sin llegar a atarse de por vida, que no todos pueden sumergirse en el mar consumista en tiempos de crisis.
Por lo que a mi respecta, sigo anclado en el pasado reciente, con mis terminales que, a malas penas, me guardan una imagen y poco más. Todo sea que un día de estos me pueda la iLust y termine por engancharme a las manzanitas o a los androides verdes, adicto a los pájaros cabreados y transmitiendo mi vida en directo por el chirriante pajarillo azul o por las marañas sociales. Todo puede ser.

Por ahora, ésto y poco más es lo que hay. Llámame nostálgico...

Un apunte: Continuamente se baten records de ventas de terminales de telefonía móvil de última generación, bien por venta directa o por promociones de las telecos. Y éso que estamos inmersos en la peor crisis de la historia...

¡¡¡¿¿¿Estás seguro de éso???!!!