25 de octubre de 2011

DÍAS RAROS



No sé cómo empezar.
He tenido, a lo largo de mi vida, temporadas fantásticas, memorables, dignas de recordar con fotos y vídeo; también las he tenido pésimas, deleznables, recuerdos que prefieres olvidar cuanto antes, de los que no quieres que quede ni el más mínimo atisbo. Y la vida te juega malas pasadas, perdiéndote entre sinapsis las primeras y  refrescándote las segundas cuando menos las echas en falta. Pero, en cualquiera de ambos casos, por lo general, las cosas buenas suceden de pocas en pocas y las malas vienen en tropel.

El martes de la semana pasada decidimos, mi peque y yo, asistir al concierto del grupo murciano Second en Los Teatros del Canal (Madrid). 'Fantástico', pensé. Hacía mucho que no les veía en directo y mi niña aún no tenía el gusto; excelente ocasión para reanudar nuestro vicio por la música en directo. Compramos las entradas por internet, primera fila, y nos congratulamos. En momentos como éste te sientes afortunado; el teatro se encontraba practicamente lleno y parecía improbable conseguir un par de localidades medianamente bien situadas.

El pasado miércoles mi niña se encontraba mal, nada que me apetezca comentar en el blog; suficiente para plantearme la posibilidad de no acudir al concierto del día siguiente. El caso es que yo tampoco me encontraba excelentemente bien, que cada vez que ella está pachucha yo decaigo. Estiramientos pasivos de cervicales y esperar a que mejore la cosa... que algo mejoró.

El jueves no fue un día de esos para tirar cohetes, pero al final hubo concierto, después de haber suspendido el primer intento de salida por un tremendo dolor que no cabía en la cabecita de mi peque. Para mi sorpresa se recuperó, salimos y nos lo pasamos bastante bien con Frutos, Jorge, Javi, Nando y Fran, en nuestros asientos de primerísima fila, en nuestro primer concierto de los Second, juntos.

No está mal para ser una cámara de bolsillo ;)

Me puse muy pesado con lo de no quedarnos encerrados en casa, motivo de sobra para que Helena se enfadara conmigo pero, lejos de hacerlo, no me lo tuvo en cuenta.

El viernes amanecimos reventados pero contentos. Fue otro día raro, porque estás que no terminas de encontrarte bien, a pesar de la cantidad de cosas buenas por hacer y los fantásticos momentos que estamos viviendo. Pero hay algo que no te deja terminar de mostrar esa sonrisa en conserva que no termina de aflorar.
La niña de mis ojos, de mis oídos y de mis neuronas, me propuso la loca idea de ir a otro concierto, sin mucho margen para razonarlo debidamente. El sábado empezaba tercero de Osteopatía en régimen intensivo de fin de semana, así que lo mejor sería irse a la cama temprano el viernes pero, en lugar de éso, nos plantamos en la sala Ritmo y Compás a disfrutar de un divertidísimo concierto de Perfect Smile. Juanito me dejó bobo (más) con sus divertimentos percusionistas y su sentido del humor. Bataca majo donde los haya.
De los cabecillas de cartel, Off Topic, mejor no opino. Sólo diré que nos marchamos en la segunda canción, a pesar de los 10€ de la entrada. Si no nos gusta, no nos vamos a quedar por amor al ¿arte?. El sábado me esperaba madrugón y muchas horas de clase y prácticas.
Rato de charla con los músicos en la puerta del local y a casita, a planchar la oreja. La sensación, al llegar a casa, era de satisfacción.

(Por cortesía de... Hijos del Metal - Fanzine)

El sábado fue un día duro. Los dos días anteriores no había descansado lo suficiente y el primer día de clase no fue precisamente tranquilo ni sosegado. Javier entró a saco desde el primer instante, nos bombardeó con conceptos nuevos y nos desmintió una y otra vez argumentos que en el curso anterior habían sido totalmente válidos. Ésto viene siendo habitual en su técnica docente, pero termina por cansar y contrariarte un tanto. Con el tiempo, espero llegar a discernir entre lo que es del todo correcto y lo que sólo tenía fines pedagógicos.
Después de comer cometí el terrible error de prestarme como figurante para unas prácticas de técnicas craneales, con lo que el cuerpo y la mente se me quedaron más tirados que una estera. Para rematar la faena hubo prácticas de tratamiento al final de la clase y, después de quedarme bastante empanado con mi paciente, me trató una terapeuta nula en diagnóstico, poco analítica y menos precisa que un compás de plastilina, haciéndome correcciones lumbares y cervicales en ambos sentidos, sin ton ni son. Bueno, si, destrozándome las lumbares y todos los tejidos blandos que circundan la zona.
Llegué de nuevo a casa con sensación de satisfacción, esta vez por haber comenzado un curso que promete ser super interesante, aunque espeso a rabiar. Sólo me quedó algo de resquemor por la gente, tal vez porque me abruma estar en una clase de diecinueve alumnos, después de haber cursado primero y segundo de Osteopatía con sólo cinco compañeros.

El domingo fue otro día duro, más aún, diría que un día agrio, amargo, triste. Amanecimos tarde. Necesitaba descansar, tenía el cuerpo molido y la mente saturada. No hice por salir de la cama por lo menos hasta pasadas las once. Cuando pusimos la tv, mientras desayunábamos, daban en La 1 una película de Bud Spencer y Terence Hill. Me extrañó bastante, pero no estaba mi cabezota para muchos razonamientos. Entonces la peque se sentó delante del ordenador y tuvo que leer y releer la noticia hasta tres veces antes de decir en voz alta 'Simoncelli ha muerto'. Se quedó helada. Me quedé roto. Sólo oía la musiquilla de la película y notaba cierta sensación de ansiedad. Se me cerró el estómago y me encontré francamente mal. Tal vez sea que hubo momentos en los que deseamos que diera con los huesos en el suelo, como merecido castigo por haber puteado a Jorge y a Dani, por hacernos rabiar durante tantas carreras. Me sentí incluso culpable por haberle deseado mal alguno. Pero nunca imaginé que pudiera perder la vida en las carreras. No te montas en una moto para perder la vida. Y menos bajo la rueda de tu mentor, compatriota y amigo. No enciendes la tv para ver cómo muere una celebridad. Yo no.
Ver el vídeo por primera vez fue muy duro. Ver cómo se le escapa la vida a alguien tan joven, a un ídolo de masas, a un precoz maestro del pilotaje... y verlo una y otra vez repetido en todos los canales de televisión... No podía evitar recordar a Tomizawa. Pero este percance nos afectó mucho más.
Por suerte para nosotros la tarde la pasamos con mi familia política, con lo que hubo poco tiempo para pensar en la tragedia. Incluso un descerebrado nos regaló un entretenido espectáculo de un accidente, en directo, con posterior intento de fuga, perseguido por un taxi y dejando otro magullado por el impacto posterior, tras una larga e infructuosa frenada. Olvidaremos, seguramente, el fortuíto espectáculo macarra de la calle Orense, pero las imágenes de Marco, Collin y Valentino han quedado grabadas a fuego en algún rincón de mi masa gris. Supongo que en la de todos los que sufrimos al ver aquel casco rojo y blanco rodando por el asfalto de Sepang.

(Mejor recordarle haciendo lo que más nos gusta)

El lunes desperté medianamente bien. Me afeité, como todos los días, y pasé un rato bajo el agua, tratando de coger la suficiente energía para llegar hasta el coche y conducir hasta el trabajo. Iba a ser un día programado... y lo fue, a pesar de mi lumbalgia: Inventario de trabajo, llamadas preocupadas preguntándome por el incendio televisado desde el aeródromo, la triste noticia del fallecimiento de un compañero de trabajo, la resolución de unos pocos expedientes, el procesado de imágenes, la visita al médico con mi niña... todo es más difícil cuando te duele el cuerpo. El caso es que no me di cuenta de que estaba mal hasta que salí del coche en el aparcamiento próximo a mi oficina.. Pasé toda la mañana disimulando unos esporádicos pinchazos en la zona lumbar baja, haciendo como si no fuera conmigo, pero al final de la mañana ya no podía estirarme del todo. La tarde pasó sin pena ni gloria, haciendo como que no era nada. Hasta me lo creí.
Vivir en un tercer piso, sin ascensor, no supone ningún problema... hasta que lo supone.

Hoy martes me he levantado... casi no lo logro. Con dificultad me he puesto en pie y con más dificultad me he vuelto a sentar. Una lumbalgia en toda regla, con afectación ciática y dolor irradiado por la pierna derecha, no te deja hacer muchas cosas con normalidad. De meterme en el coche, ni hablar. Mucho menos el bajar los tres pisos sin ascensor. Llamé a la oficina y les pedí que no contaran conmigo en toda la mañana.
Los que me conocen saben que tomo menos fármacos que un amish pero, llegado el mediodía, cedí a la tentación y empecé a tomar relajantes musculares. Si no has pasado por ésto no terminas de entenderlo, a pesar de estar tratando continuamente a afectados por estas dolencias.
Para colmo, dado que no me sé estar quieto ni amarrao, me puse a echar una mano en la cocina con lo que podía y con lo que no. Terminé por achicharrarme una mano cuando rebosaron los pimientos, cebollas, ajos y tomates del vaso de la batidora, recien cocidos, bien calientes... Mis dedos enrojecidos, bajo el grifo, y mis gritos de '¡La puta! ¡Quema! ¡Joder!' dieron fé de que estaba aquello bien caliente. Después de éso dejé que mi chacha cuidara de mi el resto de la tarde.

Toda esta crónica... ¿tiene alguna finalidad? Pues verás: Llevo varios días reflexionando acerca de una cuestión. No entiendo cómo he de sentirme. Me han pasado estos días, desde que logramos que nos trajeran el sofá de Ikea y las mesas, muchas cosas divertidas que nos han hecho sentir la mar de bien. Pero, entre medio, se nos han colado acontecimientos tristes, peliagudos o, cuando menos, molestos. Si me siento bien, me siento culpable; si me siento mal, creo que me sobran motivos para pasar de todo y sonreir.
Hay más cosas que no comentaré aquí, cosas relativas a la salud que preferiría quedaran en el ámbito de lo familiar, pero que no puedo obviar.
El caso es que poner todo esto por escrito me ayuda a ver las cosas desde otra perspectiva. Tal vez mañana, cuando relea todas estas chorradas, me eche unas risas y compruebe lo tonto que soy a veces. O, tal vez, me ayude a pensar con claridad, a no agobiarme y a comprender que la vida es ésto, ni más ni menos.

También está la cuestión de por qué, con cierta frecuencia, me afectan más las desgracias distantes que las próximas, como me sucede en esta ocasión con las perdidas de un piloto de MotoGP y un compañero de trabajo. Me hace sentir extraño, pero ciertamente sabía más del Sic que de Juan, a pesar de que nunca he coincidido en la cafetería con el italiano. No sé cómo sentirme.
Si has tenido la paciencia suficiente para leerte todo ésto, gracias. Si no, te comprendo. Y si puedes quedar a tomar un café y contarme tus penas y alegrías, tú dirás cuándo. Encantado te prestaré oído lo mismo que tú me lo has prestado a mi. Igual llegamos a solucionar algo.

Aún me que da por poner en claro cómo he de sentirme. Qué días más raros estoy teniendo. Ya podría ser todo un poco más sencillo.

Qué suerte tengo de no tener que pasar por todo ésto solo. Gracias, peque.