24 de septiembre de 2011

LA CARA Y LA CRUZ

Anoche, cuando aparcaba la moto en el paseo que hay próximo a casa, se me acercó una señora con un perro grande, algo así como un pastor belga de pelo corto y color canela, procurando que el can no marcara el neumático delantero de mi roja. En mi afán por socializar con todo chucho viviente le siseé y chasqueé los dedos, pero el animal se mantuvo distante, tal vez receloso del desconocido. El caso es que, tan pronto me quité el casco y descabalgué, la señora se dirigió a mi escusándose por tener que retener al cánido, pero no le gustaba que hicieran lo que todos hacen cuando contemplan un seductor neumático de motocicleta. Entiendo que es un impulso irrefrenable, como cuando un hombre ve un escote o una mujer contempla un bolso de Prada. La mujer, siempre haciendo gala de una educación admirable, después de interesarse por mis vivencias con los animales de compañía y saber que tenemos un beagle, cambió de tercio drásticamente y se interesó por la moto de forma poco habitual, como sólo lo hace una madre: Que si hay que tener cuidado, que si es cómoda para la capital pero conlleva riesgo, que si... Su hermano ha sufrido recientemente un accidente bastante aparatoso, después de muchos años de cabalgar por las carreteras de nuestra amada y malograda piel de toro, y ha quedado bastante maltrecho; la experiencia no te hace inmune a las manchas de aceite sobre el asfalto o a las embestidas de algún descerebrado.

Marché para casa cansado, algo costipado y pensativo por la petición de cautela que me hizo esta vecina de barrio, de modo tan considerado y preocupada, como si de la familia se tratara. Realmente se le notaba apenada y preocupada, como si empatizara con todos lo que, como yo, cada día nos aventuramos en estos caminos a lomos de nuestros caballos, cual hidalgo en cruzada contra el infortunio de un resbalón que de con nuestro espinazo contra en duro pavimento.

Nada que ver la actitud de esta persona humana y considerada, de bondad palpable y empatía sobresaliente, con la del sujeto que ayer tarde arañó, deliberadamente, el depósito de mi Alita, cuando se encontraba aparcada frente a la casa de los padres de mi niña. Podría sentir rabia, odio, ira... pero lo que siento es pena; porque la pintura del depósito se puede reparar, pero lo de ése individuo no tiene arreglo.

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Te dejo con una reflexión/enseñanza de John Forbes Nash que deberíamos tener mucho más en cuenta en nuestros quehaceres cotidianos: Lo que beneficia al colectivo, beneficia al individuo.

21 de septiembre de 2011

SINDROME POSTVACACIONAL

Estaba en menesteres hogareños, poniendo lavadoras y recogiendo trapos, y el olor a piscina en las toallas me ha traido un recuerdo reciente a la cabeza: La imagen de mi niña saliendo del agua mientras un servidor la contempla desde la tumbona, torrándose al sol.
Ha sido una semana de pretendido relax: Más de 2200 millas recorridas con Ryanair; 1162 km recorridos en un Opel Astra de alquiler, que se portó más que decentemente subiendo cuestas y trazando reviradas carreteras; infinidad de lugares dignos de recordar; visitas turísticas al Puerto de los Cristianos, a La Laguna, al Teide, a las Pirámides de Güímar, a La Candelaria, a Icod de los Vinos para contemplar su Drago Milenario y otro, no tan viejo, petrificado, fugaz paseo nocturno por Santa Cruz, el Loro Parque, el concierto de Soundchaser en el puerto...
Unas imágenes para ilustrar, antes de que se me pase la inspiración:



Ya sé, no son las típicas imágenes de un viaje a Tenerife. Tampoco somos los típicos turistas, qué se le va a hacer.

(Perdona el desorden, tengo problemas con el editor de Blogspot).