18 de octubre de 2007

SE DETIENE EL TIEMPO


No se qué tiene esta imagen que me cautiva. Tal vez la oscuridad, el desenfoque provocado, la escasa profundidad de campo, el brillo metálico del cierre de la correa, la quietud del instante en que apreté el disparador, la escasa importancia del tiempo que me tomó decidirme por el encuadre, lo vacío y despreocupado que me encontraba en aquel instante, centrado únicamente en algo tan insignificante y a la vez tan capaz de mantener cautiva toda mi atención...

En cualquier caso, fuera como fuere, me gusta esta imagen tal cual, sin retoques ni reencuadres, sin más. Espero que a tí también.

HERMANO

Si sacas un arma, que sea para usarla. Si no, úsala contigo mismo.

Hubo un tiempo en el que el Honor era más importante que la propia vida. La honra estaba por encima de todas las cosas y una afrenta se pagaba con sangre, o te la cobraban por las bravas. No quieras saber de cuántas formas se puede ajustar una cuenta.

La otra noche, subiendo por La Latina dirección Sol, un chico de aspecto sudamericano, no se si peruano o ecuatoriano, se me acercó y me pidió la hora. Hace un par de meses que no uso reloj más que para hacer deporte, así que no pude complacerle. No conforme con mi negativa me pidió unos euros para cenar caliente, pero para entonces yo me había formado una idea de aquella personita robusta y de mirada frágil que urgaba en el bolsillo derecho de su chamarra, dudando entre si sacarla o aguantar un poco más. Cuando se percató de que me fijaba más en su nerviosismo que en sus palabras echó un rápido vistazo alrededor y se apresuró a sacar un pequeño revolver pavonado en negro que a penas le llenaba la mano. Ni un instante llegó a plantarlo delante de mi estómago; un rápido manotazo lo puso a volar contra un coche aparcado junto a un cajero automático. Se quedó perplejo, no sabía qué decir, qué hacer.

- ¿Una cerveza y hablamos? -

- ¿Hablar? ¿De qué? -

Habría dado lo que fuera por poder hacerle una foto en aquel instante. Su cara era un poema, como un niño pequeño al que le han quitado una ilusión, como al que le mandan a la cama sin postre.

- Pretendías robarme y no tienes ni puta idea de cómo se empuña un arma. Vamos, déjame que te enseñe.-

Unos pasos más allá me agaché, despreocupado, a recuperar el revólver pero el muy animal se me tiró encima haciéndome bastante daño en la espalda.

- Pequeñajo pero corpulento -, pensé.

La pipa se me quedó empotrada en las costillas pero él tenía una preocupación mayor: Estampó su dura cabezota contra la rueda delantera del Opel y quedó bastante aturdido.
Metí el trasto aquél en un bolsillo y ayudé al menudo a levantarse. Me miraba a los ojos tan perplejo que no pude eviar echarme a reir.

- Tío, por Dios, no vuelvas a hacer eso. Me has hecho daño, ¿sabes? -

- ¡Que te jodan! -

- No, que te jodan a tí. No tienes ni puta idea de lo que haces, casi te abres la cabeza tú solo, si no sabes cuidar de tí mismo, ¿cómo pretendes atracar a un gilipollas desarmado? -

Pasamos un rato intercambiando insultos, incluso me enseñó una navaja antes de que le recordara que tenía su escuadra en mi bolsillo. Nada, todo quedó en palabras, un moratón en mi pecho y una brecha en su cuero cabelludo. En cuanto se relajó y pude ponerle la mano en el hombro me lo llevé a tomar una Heinneken bien fría y me contó lo desgraciado que han sido él y su familia desde que llegaron a España, los contratos abusivos, la pérdida del permiso de residencia, las persecuciones y desaucios. No hay derecho.

Le dejé cincuenta eurazos, lo que llevaba encima, para sacarle del apuro. Prometió devolvérmelos la próxima vez que nos veamos. Me ofreció su casa y una cena en familia, Choros y Tacu tacu acompañandolo de Piscu. Le ofrecí ayuda para buscar trabajo y arreglar los papeles. Con la quinta verde nos despedimos con un abrazo y me llamó hermano. Hermano.

Ayer su esposa me contó cómo lo mataron. Hundida en la miseria, derrotada por la vida, sumergida en lágrimas. Me narró con detalle cómo lo bajaron a plomazo límpio por menos de veinte miserables euros, por mirar mal a otro igual, a otro sin papeles, delante de casa, con su niña y su esposa esperándole en el balconcito del piso comuna de la calle del E... Lo vieron todo, lo lloraron todo. Ni pudieron llamar a la policía, ni denunciar. Sólo esperar a que el 061 llegara a simular que reanimaban el cadaver y se lo llevaran al depósito. Ni reclamar el cuerpo pueden por miedo a que les echen del pais. Ya da igual. Ya no les queda nada aquí. Tal vez si el estado les repatria a Perú les estaríamos haciendo un favor. Triste favor.

Me pidió, me rogó por Dios, por lo más sagrado, que vengara la muerte de su esposo. Ante todo, Honor. Me devolvió los cincuenta y me regaló una bala, la puso en la palma de mi mano, me cerró el puño mirándome a los ojos, me besó y se marchó sin decir más.

Hay cosas en la vida que sería mejor no tener que vivirlas.